Me he enamorado de tantas caras
que ni siquiera puedo contar.
Pero ninguna era la tuya.
Tu cara tiene forma
de noche estrellada,
de rosa roja fresca,
de pasta recién hecha
y de aroma de azahar.
Tu cara es tan brillante
que no consigo verla,
y su fulgor se refleja
sobre la superficie del mar.
Eres la Luna, o la Luna soy yo
y tú eres el Sol que me alumbra
y, cuando mueras,
morirá toda la vida
sobre mi planeta Tierra.
Me he enamorado de algunas almas,
y la siguiente será la tuya,
a la que aúllo por las noches
y no recuerdo de día.
Tu alma es un lucero,
es un pájaro carpintero
que taladra con su pico
las maderas de mi cuerpo.
Tu alma debe ser un pájaro
porque yo siempre tuve alas
y siento que estamos hechos
para volar más allá.
Más allá del horizonte
del mar que vemos.
Más allá del ruido y de las luces
de la ciudad.
Volaremos,
cuando me enamore de tu alma
y tú reconozcas la mía
como reina de tus reinos
y me quieras besar.
Pero mis labios estarán ya ocupados
recorriendo tu cuerpo
y en una danza torpe e improvisada
nos tendremos que encontrar.
(Hay un rincón de mi alma que ríe,
y es que creo que ha encontrado un resquicio,
una grieta en una puerta
por la que manda mensajitos
y se comunica con tu alma
desde hace tiempo ya.)