lunes, 24 de septiembre de 2018

Las mujeres decentes

A las mujeres decentes no las violan. No las tocan en las colas de los cines, ni les gritan cosas por al calle. A las mujeres como Dios manda no les miran a las tetas en vez de a la cara, no les ponen la mano en el muslo, ni atraen miradas por la calle. Si esto es así, las mujeres decentes no existen.
La víctima no es culpable del acoso. Los niños no se insinúan a los curas, ni las personas se exponen intencionalmente al maltrato de sus congéneres. Los cerdos y las vacas no provocan a nadie para que les lleven al matadero. Y la Tierra no ha hecho nada para que la ensuciemos.
El ser humano es bondadoso y coopera, si aprende. Pero también es predador y despiadado, si se le enseña.
Reprimirse no es una solución para evitar el riesgo. No dejaremos de salir a la calle, de defender nuestros derechos, de frecuentar los bares y perder las formas en las noches de sábado. No dejaremos de hablar en alto, de ser nosotr@s, de romper reglas y crear nuevos horizontes.
Tenemos la suerte de vivir en tiempos de cambio y nuestra huella será imborrable. Por eso, a pesar del peso de la tradición y el juicio, de los dedos que señalan y de las listas negras, de sentirnos sol@s y herid@s a veces, en cierto modo tenemos la obligación moral para con nosotr@s de pintar en el lienzo de nuestra vida, sobre los paisajes de nuestros antepasados, una capa más de los colores que hemos venido a traer.

sábado, 22 de septiembre de 2018

Sobre cómo me convertí en tortuga

No les gustó mi fuego y lo convertí en silbido.
Les dieron miedo mis garras y me recorté las uñas.
Mis alas les molestaban y las dejé en mi casa.

Mi silbido también jodía y me quedé en silencio.
Mis dedos se movían mucho y dejé de usarlos.
Aún sin alas caminé, y no convino.

Así me encontré callada y quieta;
indefensa busqué algo que me tapara,
y me convertí en tortuga.

martes, 18 de septiembre de 2018

No puede

Se ha roto algo que no existía.
Los cristales y las piezas al caer
no tienen eco pues no hay materia.

La ilusión embauca hasta al corazón más roto
y luego
el proyecto se le escapa de las manos
y se estampa contra el suelo.

Rajadas las manos, no sangran.
Llorando los ojos, sin lágrimas.
Cantando canción, sin garganta.

No puede doler la herida
pero duele.
No puede morir la risa
pero muere.
No puede existir el amor
pero existe.

Yo veo aquello y todo esto

Hay heridos por ambos bandos
y de ambos bandos
acumulándose en las cunetas
de los cientos de callejas
que componen la ciudad.

Excrementos y desechos,
piernas y brazos amputados
son galeras que navegan
y decoran con su tinte
de rubí encarnado las paredes,
las aceras y los suelos.

Hay personas que se ahogan
las gargantas con sus manos.
Con sus propias manos.
Otras sumergen sus caras en
las sucias aguas, y otras
golpean sus cabezas contra paredes
con movimientos estereotípicos.

El olor
a podredumbre e inmundicia.
A cerebros con gangrena.
A lenguas de palabras leprosas.
A manos que sólo quitan.
A pies que a falta de callos tienen uñas oxidadas que te rascan la espinilla hasta el hueso.

Sus gargantas están llenas
de gargajos y de sangre
y cataratas se derraman
cuando intentan hablarte.
Sus ojos reflejan el ansia
por llegar a conocerte y darte pena
darte asco o darte muerte.
Lo demás es robar siempre.

Yo veo aquello y todo esto.
Y a veces veo mucho más.

La bondad

Nadie ama la bondad.
La bondad es un colchón
donde rebotan.
Una ventana que golpean.
Una prenda de ropa que
elogian pero nadie vestiría.
La bondad es equilibrada,
es silenciosa; es aburrida.
Viene, queda o se va
pasando desapercibida.
Bondad casi no queda,
y si queda está escondida
exhausta de tambalearse
entre escombros y ruinas.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Mi tarea

Se ve que paulatinamente fui construyendo un discurso demoledor contra mí misma. Se dió lugar que varios elementos de mi entorno, y mi traidora mente, se conchabaron en mi contra para encerrar la flor, pisar la llama, apagar el pájaro. Perdidos estáis ahora que me he percatado.

También ocurrió después que, queriendo compensar el desajuste, y aún todavía no siendo totalmente consciente de él, me regalé con exhaustivos esfuerzos y descansos sin sentido. Este no es el caos que busco.

Mi tarea ahora es buscar mi equilibrio, calmar mis necesidades, cuidarme como sé cuidar y como sé que sé cuidarles.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Lo he perdido

El tocólogo o la tocóloga
debieran empezar su trabajo un poco antes;
quizá incluso antes
del momento de la concepción.
He perdido el deseo sexual.
Lo he perdido.
Debí haber creado el hábito
de guardarlo siempre en el mismo sitio.
El caso es que cumple en la vida
un papel muy específico
y no encontré nada bueno
por más que me empeñé en sustituirlo.
Me recomendaron un sexólogo
y hasta a Paco Lobatón
lo que pasa es que tengo sospechas
de que me lo ha secuestrado el corazón.
Un corta royos, corta alas,
un envidioso empedernido
que no soportaba ver al otro disfrutar
sintiendo en su adentro el vacío.
"Ya basta de risotadas, tonterías y gemidos.
Aquí o disfrutamos todos
o no disfruta ninguno".
Para colmo mi cerebro
le ha seguido la corriente
"Eso, estamos aburridos,
exigimos un filtro de gente".
Esto pasó a edad muy temprana,
me dio ahora por quejarme
por que al cabo del tiempo la gente
dejó de visitarme.
No es que no me llamaran o vinieran a buscarme,
es que mi cabeza y mi pecho
son dictadores implacables.
Y aquí sigo campante, volviéndome cada vez más planta y dando besos a las abejas que me sobrevuelan despistadas.

Tras la puerta

Hay un señor tras la puerta de mi cuarto
y se da un aire a Don Quijote.
El pobre no mira, no habla;
ni dice, ni oye.

Ha nacido de la nada
y creo que le puedo ayudar:
Voy a dibujarle unas orejas,
y unos ojos con pestañas,
y su boca.

Una vez reconozca su rostro como suyo,
él ya sopesará
si sale de mi cuarto o se agazapa
para siempre
tras la puerta.

Yo le he avisado de que a veces
oigo jazz y otras rock metal,
y que alguna vez me oirá gemir
y otras llorar.

Si me respeta eso,
él sabe
que se puede quedar.