El pecho es una habitación diáfana en la que no puedes ocultar migajas de vivencias pasadas bajo la alfombra, ni fingir no saber qué es una mota de polvo. Verás, a todos nos salen goteras y se nos rompen los pomos de las puertas. A veces también nos pillamos los dedos con los cajones y nos chocamos en las esquinas con los codos, se nos ensucian las juntas de los azulejos, nos gotean los grifos y nos cojean las mesas. Por eso, al pecho solemos hacerle el lavado del gato; limpiamos lo que ve la suegra; tapamos alguna grieta con un bonito cuadro y escondemos los calcetines bajo la cama. Aunque lo mejor es procurar mantenerlo limpio y despejado de dudas a diario, que los ovillos de pelusas siempre te acaban delatando.