lunes, 26 de marzo de 2018

La inundación

Decías que no te hablaba, que no te decía nada, como si esperaras de mí que te revelara un secreto valioso o no sé el qué. Y yo guardaba silencio, explicándote con los ojos que mi boca no tiene filtro y que era pronto aun para abrir las compuertas. Para tu información, mi lengua va con un cable conectada a mi corazón y la muy chivata no entiende de secretos. Tampoco entiende de esperar al momento correcto, de convenciones sociales y a veces hasta se olvida de qué es la vulnerabilidad.

Pero ayer tuve problemas técnicos; una grieta en mi aljibe dejó en evidencia mis dotes como ingeniera. Una brecha que traté de tapar con mis manos de manera inútil y ridícula, perdiendo agua, perdiendo tiempo e incluso, si me pongo dramática, perdiendo entre los dedos la dignidad. Y es que mis sentimientos son como el agua; tan fértiles y transparentes, como escurridizos e insurrectos: Me son casi imposibles de contener.

Sospecho que esta avería es en parte culpa tuya, que has picado la piedra de mis muros con tus manos y con tu lengua mientras dormía y ahora que mis aguas se desbordan te haces el sorprendido. Y te has ido sin decirme qué hacemos con este campo encharcado, con esta inundación pequeñita, para que no se convierta en una ciénaga mal oliente de esas que atrapa los pies en sus lodos.



domingo, 25 de marzo de 2018

Una avestruz llameante

A veces siento que soy estúpida y de mis patéticas palabras se deriva un zumo asqueroso, blanquecino y pegajoso que acompaña mis vocales, y al hablar lo derramo por el borde de mis labios recorriendo mi barbilla y recubriendo extremidades, torso y suelo a un par de metros a mi alrededor.

Al mismo tiempo, a veces siento que me doblo o me derrito, como si mi cuerpo no contuviera huesos, mis ojos son huevos duros que suplican que los maten para acabar con ese acto de la obra de teatro de la que involuntariamente forman parte.

Mientras tanto, mi cabeza me suplica que me calle pero escupo verborrea a una velocidad imparable machacando toda dignidad que recuperé en mis últimos silencios y tirándola por el desagüe. Luego calla mi boca, la muy puta, cuando tengo que explicarme, por más que mueva la lengua o mi cerebro lo comande se acumulan las palabras en la garganta y no salen. No puedo pedir ayuda, tampoco puedo ayudarme, la ansiedad quieta me embarga y la asquerosa mediocridad me invade.

Al poco rato me transformo en una avestruz llameante que masoca golpea suelos de cristal con el afán de esconder la cabeza, jugándose a propósito la posibilidad de degollarse.