Desde el principio estuvo segura de que él era un mago que había transformado su vida en un fantasioso relato. Con trucos sin malicia y a la vista de todos demostró su pericia iluminando sus noches y ahuyentando a los lobos. Como buen maestro del escenario hacía uso de sus palabras mientras ella asombrada callaba. "Hablo demasiado", en una ocasión le dijo, y esa reflexión un dulce silencio produjo. Lo que después descubrió el mago es que cada verdad brillaba y ella cultivaba flores bajo el calor de sus palabras.
Así se pasaban las horas y se sucedían las apariciones mágicas. Cuando ella menos lo esperaba él salía de dentro de un cajón o de una caja. "¡Tachán!", decía su sonrisa, "¡Genial!", sonreía ella. Y se abrazaban alegres de compartir tiempo y espacio. Deprisa pasaba el tiempo si se sentaban al lado y si se echaban de menos pasaba muy muy despacio.
Y este cuento continúa, pues el final no se conoce. Quizá acabe pronto o nunca, sólo el destino lo sabe. Hoy ella y él siguen volando, haciendo magia y compartiendo lo que crean, lo que encuentran y todo lo que va surgiendo.