miércoles, 28 de marzo de 2012

2010.09.13

He pasado horas forzando piezas en este puzzle para que encajasen en el lugar equivicado. Las he girado infinitas veces, he apretado con fuerza hacia abajo, he gritado y me he mosqueado. No he podido comprender porqué, si aparentemente eran de la misma forma y color, no era su sitio.
He llorado de impotencia por ello. He decidido abandonar esa parte del puzzle para siempre y prestarle más atención a las demás, pero siempre he vuelto al mismo trozo. Esa porción misteriosa que no admitía de manera alguna ser completada.

Más de una vez he encontrado alguna pieza perdida bajo una mesa o debajo de mi cama. Entonces he creído que por fin había encontrado lo que buscaba y me he entusiasmado, he saltado y he corrido a comprobar si era la correcta. Ha sido en esos momentos cuando mayor ha sido mi decepción y más grande mi caída.

Creo que me han parecido nuevas las viejas piezas, ya arrugadas y algo deformes. He probado con las mismas una y otra vez sin conseguir nada de lo esperado.

Mientras esa parte del rompezcabezas permanecía incompleta, el resto lo he podido ir completando sin mayor problema. Claro que más de una vez he perdido la paciencia o me ha costado un poco encontrar alguna pieza, pero siempre he triunfado en mi búsqueda y he quedado satisfecha.

Llega el día en que sólo queda un hueco en todo el puzzle. Tengo a mis conocidos hartos de contarles mis frustraciones, mis falsas esperanzas y mis depresiones causadas por el misterioso paradero de la dichosa pieza. Me empiezo a sentir triste, sin fuerzas y procuro ocupar mi mente con otras actividades que me hagan olvidar el tema, a veces lo consigo pero sólo por un corto espacio de tiempo. Y me siento completamente vacía.

Volví a forzarlo. Incluso busqué piezas que nisiquiera eran parecidas a este puzzle y las logré colocar en el sitio de la pieza desaparecida, pero para ello me destrocé las manos y me autoengañé fingiendo que no me percataba de la diferencia de color y de que la pieza había tenido que ser arrugada y rota para que cupiese en hueco.

Finalmente abrí los ojos y dejé de buscar la pieza. Cogí la pieza que había encajado a la fuerza en el espacio vacío de mi puzzle y la lancé por la ventana. Pasé días sin pensar en el maldito rompecabezas, me supe evadir y comprendí que no tenía tanta importancia.

Un día estaba inmersa en cualquiera de las tareas con las que ocupaba mi ocioso tiempo de verano, cuando me levanté del sofá y  noté algo plano, liso y de bordes irregulares bajo mi pie.

Nunca pensarías que una sola pieza podía darle sentido a un puzzle entero.

(Para Iván)

No hay comentarios :

Publicar un comentario

Por favor, deja tu nombre o pseudónimo.
¡Mil gracias por comentar!
ƸӜƷ