A las mujeres decentes no las violan. No las tocan en las colas de los cines, ni les gritan cosas por al calle. A las mujeres como Dios manda no les miran a las tetas en vez de a la cara, no les ponen la mano en el muslo, ni atraen miradas por la calle. Si esto es así, las mujeres decentes no existen.
La víctima no es culpable del acoso. Los niños no se insinúan a los curas, ni las personas se exponen intencionalmente al maltrato de sus congéneres. Los cerdos y las vacas no provocan a nadie para que les lleven al matadero. Y la Tierra no ha hecho nada para que la ensuciemos.
El ser humano es bondadoso y coopera, si aprende. Pero también es predador y despiadado, si se le enseña.
Reprimirse no es una solución para evitar el riesgo. No dejaremos de salir a la calle, de defender nuestros derechos, de frecuentar los bares y perder las formas en las noches de sábado. No dejaremos de hablar en alto, de ser nosotr@s, de romper reglas y crear nuevos horizontes.
Tenemos la suerte de vivir en tiempos de cambio y nuestra huella será imborrable. Por eso, a pesar del peso de la tradición y el juicio, de los dedos que señalan y de las listas negras, de sentirnos sol@s y herid@s a veces, en cierto modo tenemos la obligación moral para con nosotr@s de pintar en el lienzo de nuestra vida, sobre los paisajes de nuestros antepasados, una capa más de los colores que hemos venido a traer.
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ƸӜƷ