Tan ciegos y prepotentes que tenemos la desfachatez de mirar por encima
del hombro a quien vive un aprendizaje dispar al nuestro. Arrugamos la
frente y arqueamos las cejas, soltamos risitas despectivas y nos reímos.
Y no nos reímos de quien está en frente, sino de un reflejo de nuestro
propio pasado.
Si ellos no pueden ver, abre sus ojos, describe lo que ves. Si no pueden
escuchar, grita en sus oídos, prueba con distintas melodías. Si no
pueden verse, colocales frente a un espejo, descríbeles con tus
palabras. Si caminan torpemente, acompaña su andar, muestrales los
pasos.
Nunca eres experto, sino eterno aprendiz. Y sólo quien asuma este hecho es, paradójicamente, maestro.
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ƸӜƷ