Admiro a aquellos que, a pesar de sus flaquezas defienden las verdades más incómodas. Envidio las gargantas que, estoicas, se desgañitan ante oídos sordos y ojos vacíos con el firme propósito de traspasarlos y que les atienda el alma.
Al corazón hay que estrujarlo, pincharle las comodidades para obtener su pura pulpa, hecha de empatía y compasión. Los fuertes no temen defender luchas ajenas, pues no temen hundirse. No temen a la muerte, pues nunca llevan el corazón encima.
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