Cuando dejé a mi exnovio yo lloré más que él. Lloré de alivio, lloré de pena y lloré sobre todo por la culpabilidad. Llevaba meses pensándolo pero quería estar completamente segura de mi decisión.
Estaba sola en casa y me dió un ataque de ansiedad; en ese momento supe que en cuanto le viera entrar por la puerta iba a decírselo. Como respuesta me dijo que planeaba ser más atento y cariñoso.
Yo me fui y sentí que había roto un hogar. Dejé atrás muchas cosas que me importaban, pero que estaban atadas a él, a nosotros. Personas, animales, lugares, plantas, costumbres. Pero sabía que algo más me esperaba. La vida guarda grandes sorpresas para aquellas personas que tienen la valentía de dejar atrás lo que sienten que ya no les pertenece.
Estar en una relación rota se siente como llevar ropa que no es de tu talla. Ropa cuyas costuras se clavan en tu piel cada vez que te mueves. No puedes andar, ni sentarte, ni mucho menos bailar con libertad, y es terriblemente incómodo. Pero, aunque tu malestar es evidente, no quieres deshacerte de ella porque tiene valor sentimental, estás acostumbrada y ya no tienes que pensar a la hora de vestirte. Lo que se dice siempre: te vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Y sigues pensando que bajarás de peso, deseas encogerte y ocupar menos espacio para no tener que deshacerte de esa maldita ropa, antes que darte cuenta de que ya no te sirve. Simplemente ha cumplido su propósito en tu vida y necesita ropa nueva, o mejor, quédate en pelotas un rato.
Tememos la libertad tanto como la deseamos. Nos acostumbramos rápidamente a apagar nuestro criterio, ignorar nuestra intuición y seguir costumbres anticuadas. No entiendo este mecanismo psicológico, pero parece ser común a todos los seres humanos. Hay que hacer un ejercicio consciente, como quien ejercita un músculo, para fortalecer la voluntad de elegir libremente.
Puede que no lo parezca, pero suelo ser la persona que más llora en casi todas mis historias.
Cuando dejé mi último trabajo, lloré más que mi jefe. Yo no quería estar allí desde hacía meses, y aún así lloré. Lloré de alivio y lloré de pena, porque siempre me quiebra un poco aceptar que las relaciones no sean sanas. Me duele y me da pena que las cosas no salgan bien. Pero bien es un concepto ambiguo. Las personas, los lugares, las relaciones, los trabajos, todos tienen una configuración propia que puede que encaje contigo, o puede que no. Y puede que encaje un tiempo y que luego no.
Y después de esa pareja tóxica, vendrá otra mejor. Y después de esa amistad fallida, vendrá otra mejor. Y después de ese trabajo horrible, vendrá otro mejor. Puede que haya un paréntesis de silencio, pero en algún momento, si ejercitamos la voluntad de ser nosotras mismas, encontramos las piezas del puzzle del que formamos parte.
Y aunque en mis treinta aún me sienta una niña, y aunque me sienta perdida y el mundo sea confuso, y aunque me duela el pasado y me atormente el futuro, a día de hoy soy consciente de que tengo muchas de las piezas de mi puzzle y me siento inefablemente feliz por ello.
sábado, 12 de abril de 2025
Romper con todo
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