Exiliada de mis propias tierras,
busco
un dulce techo, unos brazos.
A veces ni llueve fuera
y aun así,
yo busco
un amplio ala, un asilo.
Para quemarlo luego
cuando siento que ya
no lo necesito.
Veintidós, Veintitrés, Veinticuatro, Veinticinco.
Y aun somos como niños
con lágrimas en las mejillas
y sosteniendo entre las manos
los restos
de un juguete roto.