Quise protegerme y,
con voz queda pronuncié
unas palabras que calmasen
tu sed de respuestas.
Unas palabras que,
aunque no eran fieles a los hechos.
fingían contener
la información que precisabas.
Quise protegerme y,
con voz queda pronuncié
unas palabras que calmasen
tu sed de respuestas.
Unas palabras que,
aunque no eran fieles a los hechos.
fingían contener
la información que precisabas.
Hija del ave fénix,
no has nacido de su huevo
pero has forjado tu espíritu
al calor de sus alas de fuego.
Tantas personas tratando de decirme cómo soy, dibujando mi ser a la medida de sus deseos y sus miedos, proyectando sobre mí sus sombras... Por suerte sé quién soy. O al menos sé cómo me comporto y por qué me comporto así.
La gente que me ataca no me conoce. Atacan lo desconocido por desconfianza, por miedo. Pero realmente no me atacan a mí por que no me han visto nunca. No ven más allá de su propia proyección. Están tratando de defender algo: su orden, su paz. Y de algún modo, sin yo pretenderlo, me identifican a mí como una amenaza. No es mi culpa. Tampoco es 100% su culpa, pues actúan desde una herida no sanada.
Pero estoy en mi derecho de defenderme. Si atacara, o si me victimizara, estaría actuando desde mi herida. Defenderme pronunciando mi verdad es respetarme y protegerme. Es justo. Me lo debo a mí misma
Tengo reflexiones que moldear sobre los juicios que emitimos desde nuestros subjetivos tronos.
Sentados y sentadas miramos a las demás y nos atrevemos a determinar qué hubiéramos hecho nosotros.
Me aferro a la humildad y me afano en cultivarla cuando el pensamiento emerge. Mi visión es muy estrecha y no alcanzará la verdad sin otros zapatos que ponerme.
Me gustaría sacudir tu corazón
como una alfombra en la ventana
para desempolvarlo
y que te sientas más liviana
viendo cómo tus dolores
se marchan volando en el viento.
Me gustaría planchar tu entrecejo
y extender tu sonrisa
como una cálida manta
que se extiende en el sofá.
Me gustaría escuchar tu risa
cada día como un mantra
y que rías en tus sueños
y en la vida real.
Yo sé que te hago feliz,
y no porque tome acción para ello.
Aunque a veces sí te traiga de regalo
unas mandarinas o un dulce
y eso te haga sonreír.
Y aunque te eche cremitas
y te cure las heridas del trabajo
y eso te haga sentirte cuidado.
Yo sé que te hago feliz
porque mi presencia te sana,
porque observas mi existencia
y te entusiasma;
Te hago feliz porque te contagio
en mi celebración de la vida
y en mi infinita curiosidad.
Amiga, has perdido la cabeza y se encuentra justo a tus pies.
Te veo dando vueltas. Rodeas tu cabeza y temo que te tropieces con ella.
He estado pensando que deberíamos recordar que
Quien quiere estar, se queda.
Quien es claro, comunica.
Quien te respeta, respeta tus límites.
Quien te ama, se esfuerza por comprender.
La transparencia da paz.
La bondad da confianza.
Y lo que te saca de tu esencia, no es para ti.
Te quiero mucho.
Cuando dejé a mi exnovio yo lloré más que él. Lloré de alivio, lloré de pena y lloré sobre todo por la culpabilidad. Llevaba meses pensándolo pero quería estar completamente segura de mi decisión.
Estaba sola en casa y me dió un ataque de ansiedad; en ese momento supe que en cuanto le viera entrar por la puerta iba a decírselo. Como respuesta me dijo que planeaba ser más atento y cariñoso.
Yo me fui y sentí que había roto un hogar. Dejé atrás muchas cosas que me importaban, pero que estaban atadas a él, a nosotros. Personas, animales, lugares, plantas, costumbres. Pero sabía que algo más me esperaba. La vida guarda grandes sorpresas para aquellas personas que tienen la valentía de dejar atrás lo que sienten que ya no les pertenece.
Estar en una relación rota se siente como llevar ropa que no es de tu talla. Ropa cuyas costuras se clavan en tu piel cada vez que te mueves. No puedes andar, ni sentarte, ni mucho menos bailar con libertad, y es terriblemente incómodo. Pero, aunque tu malestar es evidente, no quieres deshacerte de ella porque tiene valor sentimental, estás acostumbrada y ya no tienes que pensar a la hora de vestirte. Lo que se dice siempre: te vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer.
Y sigues pensando que bajarás de peso, deseas encogerte y ocupar menos espacio para no tener que deshacerte de esa maldita ropa, antes que darte cuenta de que ya no te sirve. Simplemente ha cumplido su propósito en tu vida y necesita ropa nueva, o mejor, quédate en pelotas un rato.
Tememos la libertad tanto como la deseamos. Nos acostumbramos rápidamente a apagar nuestro criterio, ignorar nuestra intuición y seguir costumbres anticuadas. No entiendo este mecanismo psicológico, pero parece ser común a todos los seres humanos. Hay que hacer un ejercicio consciente, como quien ejercita un músculo, para fortalecer la voluntad de elegir libremente.
Puede que no lo parezca, pero suelo ser la persona que más llora en casi todas mis historias.
Cuando dejé mi último trabajo, lloré más que mi jefe. Yo no quería estar allí desde hacía meses, y aún así lloré. Lloré de alivio y lloré de pena, porque siempre me quiebra un poco aceptar que las relaciones no sean sanas. Me duele y me da pena que las cosas no salgan bien. Pero bien es un concepto ambiguo. Las personas, los lugares, las relaciones, los trabajos, todos tienen una configuración propia que puede que encaje contigo, o puede que no. Y puede que encaje un tiempo y que luego no.
Y después de esa pareja tóxica, vendrá otra mejor. Y después de esa amistad fallida, vendrá otra mejor. Y después de ese trabajo horrible, vendrá otro mejor. Puede que haya un paréntesis de silencio, pero en algún momento, si ejercitamos la voluntad de ser nosotras mismas, encontramos las piezas del puzzle del que formamos parte.
Y aunque en mis treinta aún me sienta una niña, y aunque me sienta perdida y el mundo sea confuso, y aunque me duela el pasado y me atormente el futuro, a día de hoy soy consciente de que tengo muchas de las piezas de mi puzzle y me siento inefablemente feliz por ello.